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Finanzas conductuales: por qué nuestra mente altera nuestra cartera

  • Foto del escritor: Nacho Martín
    Nacho Martín
  • 3 oct
  • 3 Min. de lectura

En los inicios de las finanzas modernas se creía que las personas tomaban decisiones como auténticas calculadoras: analizaban todos los datos, comparaban alternativas y elegían siempre la opción más lógica. Sin embargo, la realidad nos demuestra lo contrario. Una burbuja inmobiliaria, una crisis bursátil o incluso la típica compra impulsiva en rebajas dejan claro que no siempre actuamos de forma racional cuando se trata de dinero.


Ahí es donde entran las finanzas conductuales, un campo que combina economía y psicología para explicar cómo las emociones y la forma en que pensamos influyen en nuestras decisiones financieras. Daniel Kahneman, premio Nobel en 2002 y considerado uno de los padres de esta disciplina, lo resumía bien:


“Las personas no deciden en función de cálculos fríos, sino a través de percepciones, intuiciones y emociones”.
Foto finanzas conductuales de Freepik.com
Foto finanzas conductuales de Freepik.com

1.  Cuando las pérdidas pesan más que las ganancias


Uno de los descubrimientos más conocidos de Kahneman y Amos Tversky es la aversión a la pérdida. En pocas palabras: perder 100 euros duele más que la alegría que produce ganar esos mismos 100 euros.


Un estudio internacional (Science Daily, 2020). replicado en 19 países y 13 idiomas confirmó que esta tendencia es general: en la mayoría de culturas, las pérdidas nos pesan más que las ganancias. Y esto se refleja en nuestra manera de invertir: tendemos a mantener demasiado tiempo acciones que van mal porque nos cuesta asumir la pérdida, o vendemos demasiado rápido las que van bien para “asegurar” el beneficio.


2.  Sesgos que todos cometemos sin darnos cuenta


Además de la aversión a la pérdida, existen otros patrones que se repiten con frecuencia:


  1. Sobreconfianza: creemos que sabemos más de lo que realmente sabemos, lo que nos lleva a arriesgar demasiado.

  2. Anclaje: nos aferramos a un número de referencia, como el precio al que compramos una acción, aunque las circunstancias hayan cambiado.

  3. Efecto manada: seguimos lo que hace la mayoría, convencidos de que “todos no pueden estar equivocados”.

  4. Encuadre o framing: reaccionamos de manera distinta según cómo se nos presente una misma información. No es lo mismo oír que un tratamiento “salva al 90% de pacientes” que “muere el 10% restante”, aunque sea exactamente lo mismo.


La investigación muestra que, habitualmente, las personas con mayor formación financiera tienden a caer menos en estas trampas mentales. Por el contrario, quienes tienen menos conocimientos suelen ser más vulnerables, especialmente en momentos de incertidumbre.


3.  Ejemplos del día a día


Imaginemos que compramos una acción a 50 euros y hoy vale 30. La lógica diría que debemos reevaluar si tiene sentido mantenerla, pero nuestro cerebro piensa: “cuando vuelva a 50, la vendo y recupero lo invertido”. Ese anclaje al precio de compra puede hacernos perder oportunidades de inversión mejores.


O pensemos en el optimismo desmedido tras varias subidas seguidas en bolsa: muchos se lanzan a comprar convencidos de que la tendencia continuará, olvidando que los mercados fluctúan. Ahí el llamado efecto recencia toma el mando: damos más importancia a lo último que ha pasado que al panorama general.


4.  ¿Por qué importa todo esto?


Conocer estos sesgos no es un ejercicio teórico: tiene aplicaciones muy prácticas.


  1. Para los inversores: nos ayuda a diseñar estrategias más disciplinadas, evitando compras o ventas impulsivas.

  2. Para la educación financiera: enseña que gestionar dinero no es solo hacer cuentas, sino también manejar emociones.

  3. Para bancos y reguladores: permite crear “empujoncitos” que protejan al consumidor, como avisos sobre riesgos excesivos o comparaciones claras de comisiones.

  4. En tiempos de crisis: cuando la incertidumbre aumenta, los sesgos se intensifican. Un estudio realizado en Galicia en 2023 y publicado en la Revista Galega de Economía mostró que, durante la pandemia de la COVID-19, la sobreconfianza y el efecto manada se acentuaron, sobre todo entre quienes tenían menos conocimientos financieros.


5.  Críticas y límites


Las finanzas conductuales han aportado una visión más realista del comportamiento humano, pero no son una receta mágica. No todas las personas reaccionan igual, los sesgos varían según la cultura, la experiencia y hasta el momento vital, y aún es difícil integrar estos hallazgos en modelos financieros que predigan con exactitud qué hará el mercado.


6.  Conclusión: no somos robots


Las finanzas conductuales nos recuerdan que no somos robots. Nuestras emociones, costumbres de pensamiento y la manera en que se nos presenta la información tienen un peso enorme en cómo gastamos, ahorramos e invertimos.


Ser conscientes de esas trampas mentales es ya un primer paso para tomar decisiones más inteligentes. Porque al final, el dinero no solo se juega en la calculadora… también se juega en nuestra cabeza.

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