¿Camino cómodo o camino difícil? Descubre por qué las decisiones difíciles importan
- Nacho Martín

- 22 sept
- 3 Min. de lectura
Hay frases que, como piedras en el río, no parecen importantes hasta que tropiezas con ellas. Jerzy Gregorek, campeón olímpico polaco de halterofília dijo:
“Decisiones fáciles, vida difícil. Decisiones difíciles, vida fácil.”
Así, tal cual. Una paradoja aparente que esconde una verdad tan antigua como la vida misma.
Había una vez un joven que, cada día, se encontraba frente a dos puertas. Una de color dorado, con letreros que prometían placer inmediato, comodidad y cero esfuerzo. La otra, más sencilla, estaba arañada por el tiempo y no ofrecía promesas. Escogía siempre la primera. Y cada día que pasaba, su libertad se iba haciendo más pequeña, como un terreno que se inunda poco a poco.

El caramelo que esclaviza
Elegir lo fácil es como chupar un caramelo sin leer la etiqueta. Dulce al principio, pero a menudo cargado de consecuencias. Lo fácil es no poner límites, evitar conversaciones incómodas, aplazar cambios que la vida ya te está pidiendo. Lo fácil es decir “ya lo haré mañana” sabiendo que ese mañana nunca llega.
Las decisiones fáciles son como cadenas invisibles: no pesan al momento, pero terminan arrastrándote. Te hacen esclavo de la inercia, de la opinión de los demás, del miedo al conflicto. Y la vida, que no perdona la pasividad, te devuelve el regalo en forma de desorden, frustración o dependencia.
“Todo lo que evitas te persigue. Todo lo que afrontas te transforma.”
La valentía de mirar hacia dentro
En cambio, hay decisiones que dan miedo solo de pensarlas. Cambiar de trabajo, dejar una relación que ya no te nutre, empezar a cuidarte, decir “no” por primera vez o reconocer tu vulnerabilidad. Esas son las decisiones difíciles. Las que remueven por dentro, las que te obligan a cruzar desiertos, pero también las únicas que te llevan a un oasis real.
El camino difícil es incómodo, sí. Pero te libera. Cada paso es una afirmación de quién eres y quién quieres ser. No se trata de sufrir por sufrir, sino de tener el coraje de asumir responsabilidades, de poner consciencia donde antes solo había automatismos.
“El infierno no es el dolor. Es negar lo que sabemos que debemos hacer.”
Sembrar con dolor, cosechar con paz
Una decisión difícil a menudo implica renuncia. Pero renunciar no es perder, es crear espacio. Es como podar un árbol: duele cortar, pero solo así puede crecer con fuerza.
Elegir el camino difícil es sembrar incomodidad hoy para cosechar libertad mañana. Es decir: “Prefiero un momento de incomodidad que una vida entera de vacío”.
Un día, el joven del cuento se atrevió a abrir la puerta arañada. Dentro encontró silencio, esfuerzo y caminos sin señalizar. Pero con el tiempo también descubrió algo que nunca antes había sentido: paz.
Pequeñas decisiones, grandes destinos
No hacen falta grandes gestas heroicas. A veces, la decisión difícil es levantarte cuando tienes pereza, pedir perdón cuando duele, escuchar antes de responder, o reconocer que tienes miedo. La grandeza no está en lo épico del gesto, sino en la verdad que contiene.
“El carácter se construye con pequeñas renuncias hechas desde la consciencia.”
Cada día estamos decidiendo si colocamos un ladrillo en el muro de nuestra propia prisión, o si quitamos uno para abrir una ventana. Y lo que hoy parece insignificante, puede marcar toda una vida.
Una pregunta para el final
Cierra los ojos un momento y pregúntate: ¿cuál es esa decisión difícil que llevo tiempo evitando? Tal vez hoy no necesites una respuesta. Solo el compromiso de no mirar hacia otro lado.
Porque al final, como decía aquel sabio desconocido:
“La vida difícil que nace de una decisión valiente dura un tiempo. La vida difícil que nace de una decisión cobarde dura para siempre.”




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