Cuando la empresa te vende la Luna... pero te esconde la noche
- Nacho Martín

- 5 dic
- 3 Min. de lectura
Hay historias que empiezan con una sonrisa y acaban con un suspiro. En el mundo corporativo, estas historias a menudo llevan el nombre de "proceso de selección".
Como coach ejecutivo he acompañado a profesionales brillantes que entraron a una empresa convencidos de que habían encontrado el lugar donde crecer... hasta que, al cabo de unos días, descubrieron que lo que les habían prometido era un espejo pulido sólo por una cara.
Recuerdo a un directivo que me explicó: "Nacho, me enseñaron el jardín... pero me hicieron trabajar en el sótano."
Y me vino a la cabeza una pequeña fábula que explico a menudo:
Un viajero buscaba un lugar para descansar. El primer hostelero le mostró una habitación luminosa, con vistas al río y un lecho suave. Pero cuando entró de noche, descubrió que la ventana estaba pintada y que la luz no funcionaba. El segundo hostelero sólo le enseñó una habitación oscura, sencilla, con una vela. "Eso es lo que tengo", le dijo. Y el viajero, agradecido por la sinceridad, se quedó. Al día siguiente por la mañana descubrió que, detrás de aquella ventana sin adornos, estaba el paisaje más bonito que había visto nunca.
La diferencia no era la habitación. Era la verdad. Y en el mundo empresarial pasa lo mismo: no nos espanta la realidad... nos espanta la mentira sutil de la promesa incompleta.
Así que hoy quiero compartir tres reflexiones para profesionales, equipos directivos y empresas que realmente quieren crecer de manera sana y sostenible.

1. El espejo parcial: aquello que se muestra y lo que se calla
En muchas entrevistas el candidato ve un espejo: pulido, brillante, impecable. Pero sólo refleja la mitad de la imagen. La cultura, la visión, el crecimiento, los valores... todo parece perfecto.
Pero cuando el espejo se gira, aparecen las grietas:
- Políticas internas que nadie menciona.
- Líderes ocupados que no saber que ser ninguno es dirigir, sino servir.
- Estrategias que cambian más rápido que las sillas de la oficina.
- Roles sin límites ni mapa, como caminar por un bosque sin brújula.
Como coach, he aprendido que los profesionales no necesitan entornos perfectos. Necesitan entornos reales. La perfección seduce. La verdad sostiene.
El problema no es que una empresa tenga retos. El problema es cuando los oculta pensando que así atraerá talento. Y olvida que el talento, cuando se siente engañado, no sólo marcha... sino que lo explica.
2. La trampa de la promesa: cuando el relato enamora pero el día a día desgasta
Todos conocemos a alguien que ha entrado a una empresa con ilusión y ha salido con desencuentro.
Como aquel directivo que me explicaba: "Me contrataron para transformar digitalment la empresa, pero nadie quería realmente cambiar."
Esta es la promesa no dicha:
- "Queremos innovar, pero no toques nada importante."
- "Buscamos un liderazgo del siglo XXI, pero sigue liderando como en el siglo XX."
- "Necesitamos autonomía, pero consúltalo todo al Director general."
Es como invitar a alguien a navegar y darle un barco sin velas. Todo es entusiasmo hasta que el viento deja de soplar.
La incoherencia desgasta más que el estrés. La promesa rota pesa más que la carga laboral.
Y aquí es donde aparece el trabajo profundo del coaching: ayudar al profesional a ver qué es suyo y qué es del sistema. No todo es responsabilidad del directivo. A veces, simplemente, el terreno no está preparado para la semilla.
3. La verdad como estrategia: lo que se dice, lo que se admite y lo que se construye
Cuando trabajo con equipos de dirección, siempre les hago la misma pregunta:"¿Qué pasaría si explicaseis la verdad?"
Y luego viene el silencio. El silencio incómodo. El silencio revelador. Porque en el fondo todos sabemos que la transparencia no espanta al talento. Le espanta la incoherencia.
Una empresa que dice: "Somos un entorno exigente, con tensiones internas, pero trabajamos para mejorarlo" atrae más talento que una empresa que proclama una cultura perfecta... y luego muestra un laberinto.
La verdad no es una debilidad. Es una estrategia de retención, credibilidad y liderazgo.
Una empresa madura no necesita maquillarse. Necesita mirarse. Como el viajero de la fábula: prefiere una habitación sincera, aunque sea modesta, a un palacio de ilusiones.
Quizás la pregunta más honesta que podemos hacernos es esta: Como empresa, ¿qué explicaríamos si supiéramos que el candidato lo descubrirá igual en dos semanas?
Y como profesionales: ¿Qué parte de nosotros ignora las señales por miedo a perder la oportunidad?
Porque, al final, el liderazgo —personal y corporativo— no se demuestra prometiendo jardines. Se demuestra dejando que entren a ver todas las habitaciones, incluso las que todavía estamos pintando.
Y quizás, sólo quizás, el mejor talento no busca empresas perfectas... sino empresas valientes, capaces de mostrarse tal como son, en la luz y en la oscuridad.






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