El botón invisible: cómo activar tu mejor versión cuando el miedo te mira a los ojos
- Nacho Martín

- 16 oct
- 4 Min. de lectura
Lucía era una cantante con una voz de terciopelo y filo, capaz de acariciar o atravesar el alma según la nota. Sin embargo, había un enemigo silencioso que se colaba entre bambalinas: el miedo escénico.
No era un simple nerviosismo. Era un nudo en el estómago, un sudor frío en las manos, un cosquilleo incómodo en la garganta. Antes de cada concierto, la idea de subir al escenario le resultaba tan atractiva como saltar al vacío sin paracaídas.
—No soy capaz —me confesó en nuestra primera sesión—. El escenario me devora.
En ese momento le conté una historia que había escuchado hace años: “La jaula abierta”. ¿Te gustaría leerla? Aquí la tienes:
"Había un pájaro que vivía en una jaula. La puerta estaba abierta, pero él nunca salía. Había olvidado que podía volar. Sus alas estaban fuertes, sus plumas intactas… pero su mente estaba convencida de que las barras eran reales. Así pasaba los días, mirando el cielo y suspirando, sin darse cuenta de que la única llave para salir estaba en su interior."
Lucía guardó silencio. Después sonrió con tristeza.—Ese pájaro soy yo.
Preguntas poderosas:
¿Cuántas veces has vivido con la puerta abierta sin atreverte a cruzarla?
¿Qué historias te cuentas para justificar que no vuelas?

1. Vivir el éxito antes de vivirlo
Le propuse un ejercicio de Programación Neurolinguïstica (PNL) para desafiar esa creencia limitante. No íbamos a luchar contra el miedo, íbamos a enseñarle a su mente cómo se sentía al triunfar antes incluso de hacerlo.
Primer paso: Revivir un momento de plenitud.
Le pedí que cerrara los ojos y buscara en su memoria una escena donde hubiera sentido absoluta libertad y seguridad. La encontró rápido: una tarde de verano, cantando en la playa con sus amigos, riendo, sin micrófonos, sin focos, sin juicio. Solo ella, su voz y la brisa marina.
Segundo paso: Amplificar la experiencia.
Le pedí que subiera el volumen de las risas y de los aplausos imaginarios, que hiciera más intensos los colores del atardecer, que sintiera el calor del sol acariciándole la piel, que dejara que el olor a sal y arena la envolviera.
La vi sonreír. Su respiración se volvió más profunda. Su postura, más erguida. El miedo se había diluido en esa imagen.
Tercer paso: Traerlo al presente.
—Respira profundamente y abre los ojos —le dije—. Lleva contigo esa sensación como si la hubieras guardado en el bolsillo.
Lucía abrió los ojos y me miró sorprendida.
—Me siento… fuerte.
Preguntas poderosas para ti:
¿Qué pasaría si te atrevieras a sentir ahora la victoria que todavía no has vivido?
¿Qué imagen de tu pasado puede convertirse en tu combustible para el futuro?
2. El anclaje: el botón invisible
Cuando su emoción estaba en el punto más alto, le propuse crear un anclaje:
—Haz un gesto que no uses habitualmente. Algo sencillo y discreto —le sugerí.
Eligió apretar suavemente el pulgar y el dedo corazón de su mano derecha.
—Este será tu botón invisible —le expliqué—. Cada vez que lo hagas, tu cuerpo recordará este momento de poder y libertad.
Repetimos el ejercicio varias veces: cerrar los ojos, volver a la playa, intensificar la experiencia, llegar al punto máximo de emoción y apretar el botón. La mente de Lucía comenzó a asociar ese gesto con esa sensación expansiva.
La magia del anclaje no es hipnosis ni truco: es neurología pura. Cada vez que repetimos un gesto en un estado emocional intenso, creamos un puente entre el cuerpo y la emoción.
Y un día, al hacer el gesto, la emoción regresa como si se hubiera encendido una luz.
Lucía practicó durante una semana, incluso en momentos neutros, para reforzar la conexión. El botón estaba listo.
Preguntas poderosas:
¿Qué gesto sería tu interruptor para encender tu mejor versión?
¿Y si la llave para salir de tu jaula ya estuviera en tu mano?
3. Un cielo abierto donde poder volar
Un mes después, recibí una llamada. Era Lucía, desde el camerino de un teatro en Madrid.
—Acabo de hacer el gesto… —me dijo con voz temblorosa pero firme—. Y no siento miedo. Siento ganas de cantar y cantar.
Esa noche subió al escenario. No porque el miedo hubiera desaparecido por completo, sino porque había aprendido a recordar que el escenario no era un lugar que la devorara, sino un cielo abierto donde podía volar.
El miedo seguía ahí, pero como una brisa suave que no impide al pájaro desplegar las alas. Lucía cantó con la misma libertad que aquella tarde en la playa, y cuando terminó, el público se levantó para aplaudirla.
Ella me escribió después: "Ahora sé que la puerta siempre estuvo abierta. Solo necesitaba una razón para cruzarla."
Preguntas poderosas para ti:
¿Qué escenario de tu vida estás evitando por miedo?
¿Qué pasaría si decidieras volar hoy?
¿A quién podrías inspirar si te atrevieras a salir de tu jaula?
4. Despliega las alas y empieza a volar
El anclaje no es un truco para “ser valiente” a la fuerza. Es una forma de recordarte que la fuerza, la libertad y la seguridad que buscas fuera… ya están dentro. Solo necesitas un botón invisible para encenderlas.
Porque a veces, el vuelo no empieza cuando superas el miedo, sino cuando decides desplegar las alas aun con miedo.






Comentarios